jueves, 22 de mayo de 2008

Carta a Jorge Rózsa

Pedro Shimose

Querido Jorge: Tengo una deuda con vos, Jorge Rózsa, porque, en vida, no supe comprender lo que hacías en Santa Cruz. Recordarás que cuando nos conocimos en La Paz, en los años 60, yo no supe prestarte la atención que merecías. A pesar de las presentaciones, vos eras un desconocido para mí y yo era un desconocido para vos. Desde el diario Presencia, apenas di noticias de tu inmenso trabajo en Santa Cruz; créeme que lo siento.
Hoy trato de dialogar con vos –diálogo de ultratumba– para contarles a los jóvenes bolivianos lo que significaste y seguís significando para Bolivia.
Naciste en Hungría con el nombre de Gyorgy (Budapest, 13/04/1923) y moriste en Bolivia (Santa Cruz de la Sierra, 13/04/1997) como Jorge Rózsa. ¿Qué tiene esta tierra que te atrapa y te cautiva para siempre?
Llegaste a La Paz, hace 59 años, miembro de una misión francesa, para estudiar a los indígenas del altiplano, pero conociste Santa Cruz y esta tierra generosa te sedujo con sus lindas peladas y su ritmo existencial pachorriento; con sus calles, sus arenales, sus carretones, sus patios coloniales, sus hamacas tendidas bajo el alero de las casonas solariegas y sus largas siestas de las tardes soleadas.
Pronto, muy pronto, te diste cuenta de que algo le faltaba a esta tierra acostumbrada al ‘dolce far niente’, a la vida plácida, a las tertulias amables, apoltronadas en los corredores de las casas, al atardecer. No te comprendieron, entonces, y tu lucha contra la desidia y el conformismo, contra el ‘no hay nada que hacerle’ y contra el ‘no se puede’, fue titánica y casi solitaria.
Venías de las vanguardias europeas, en una época sombría, devastada por la Segunda Guerra Mundial. Te adaptaste al medio ambiente para cambiarlo; le diste un meneo y lo transformaste con talento, humildad, paciencia y mucho diálogo. El teatro, la arquitectura, la pintura, la escultura, la enseñanza y la difusión de las ideas estéticas desde las aulas de la Universidad Gabriel René Moreno fueron diferentes después de tu magisterio ejemplar. Si no, que lo digan Tito Kuramotto, Carmen Villazón, Herminio Pedraza, Olga Ribera y Marcelo Callaú, tus discípulos aventajados.
Atrás quedaban tus experiencias vividas en Budapest, París y Roma. Escribiste un libro sobre El Greco y ocho obras teatrales (dramas, farsas y sátiras). Cuatro acaban de ser publicadas bajo el título de El teatro de Jorge Rózsa (Santa Cruz, edit. El País, 2007), con una portada diseñada por tu hija Silvia y un prólogo escrito por Peter Lewy, uno de los muchos actores que vos formaste y que te siguen admirando y queriendo; vos lo sabés. Lewy, por ejemplo, ha hecho la mejor síntesis de tu vida: “Trabajó en todo y de todo; fue arquitecto y pintor, músico y poeta, político y filósofo, e hizo del color y las formas una constante, dejando huella imborrable en todos los que lo conocieron”.
Creo que el mejor homenaje a tu obra teatral sería reponerla para que las jóvenes generaciones descubran, en ella, al gran escritor que eres. Por el momento, algo está haciendo tu hija Silvia. Con amor y desvelo, Silvia ha reunido 26 óleos, 4 aguadas, 6 dibujos y 1 acuarela. Esta pequeña muestra de tu arte se exhibe en el salón Constitución de la VIII Feria Internacional del Libro, en los recintos de la Fexpo de Santa Cruz, hasta pasado mañana, domingo 3 de junio.
No te la perdás, Jorge Rózsa, te juro que se trata de gran arte. De sobra lo sabés. Aquí la corto, porque se acaba el espacio, ese espacio que nos separa en la delgada línea del tiempo que algún día nos unirá para seguir charlando. // Santa Cruz, 01/06/2007.

martes, 20 de mayo de 2008

Poesía de los amigos


FRANCISCO AZUELA

EL TREN DE FUEGO

¿Quién camina poeta sobre tus lágrimas?

Lágrima uno

Lleno de sauces el tiempo echa su llanto y su asma;
viejo y tullido echa su cárcel de árboles sobre el mundo,
su tierra de metal y de hambre eléctrica.

El tren lleva el nombre de una estación que nadie sabe,
la piel de cacto emana sangre de muertos
con una nueva especie de dolor.

El cementerio se enraíza,
pinta pálidos en la cara,
el pozo dejó salir el agua;
tumbas sin muertos,
esqueletos sin hueso,
tierra de asentamiento amplio,
largo,
hondo.

Ya saben por qué todos los días
alguien se lleva algo de humano
en la leyenda de las hondas lastimaduras.

Lágrima dos

Era un tren de fuego,
extraño,
legendario,
medidor del frío,
detenido en el sismo;
invierno viejo,
grande de tiempo,
cansado,
donde todos los olores
llevan el ritmo de una esencia desgastada.

Cómo llovía esa vez,
el Reconocedor se echó a dormir,
castigador de hierba,
cadáver recobrado en sus aptitudes,
manchador de agua.

Alguien dijo que la música de los caracoles era perpetua,
el eco,
cuerpo gemidor de almas.

La tierra se ha llenado de arrugas,
el agua hará su revolución,
visitadora de espacios.

El cántaro es un tiempo aglomerado de brujerías,
suspendido del aire,
abofeteador;
no hay vacío en el cántaro,
atrapador de los ruidos;
el día que el nicho sea abandonado por sus rumores,
¿quién podrá resistir la manifestación de claves
aún no descifradas?

La filosofía se cientifíca con la nostalgia de otros dolores,
vieja cárcel de hambre
donde el olor de flores dejó el camino del espíritu.

Si el frío viniera a la intensidad del fuego
y el Tren siguiera el murmullo de las quejas
como oidor de solitarios,
cuya única herencia en horas
depende del motor y el carbón de lumbre.

Si fuera recogiendo lo roto y llorado,
lo amargo,
lo infierno;
si recogiera la viudez de la gente,
de la tierra,
del polvo;
ceniza y pájaro carpintero ya fallecido,
el silbido de fuego llegaría a las ciudades de nieve
y el frío volvería a su antes.

Lágrima tres

Tren de fuego:
pájaro de ala humana injertada de piel,
asoleadora de agua y sal,
nave rompedora de arcos
donde la cicatriz es llamarada de frío.

Algún demonio ha llegado tarde,
triste clepsidra.

El Tren ensancha sus costillas,
rueda sobre dientes de hilo en hojas de pedernal,
la ciega estación se paraliza de soles jóvenes,
ángeles destronados en la guerra.

¿El demonio se dulcifica?,
tirador de astros,
plantas,
árboles,
golpeador trampero del viento;
desvirgador,
violador de espacios.

Lágrima cuatro

El mar abrió sus conchas
donde el sol vomita sus espumas de rabia
y una estrella copula su virginidad
con luces de agua silenciosa.

Se hace la penetración
en la casa desvestida de espejos;
ventanas maternales de luz,
difunto tendido sobre el suelo,
el blasfemo termina la ceremonia cargando el ataúd,
cadáver largo y frío sobre la copa de los árboles;
injertador de ramas en la casa,
hueco de manga ancha,
oculta electricidad de murciélagos,
prisión de ojos.

El tejado manda su agua,
los animales manchan sus alas
con el color de piel que se hincha de aire.

Trotador caballo de cascos,
los caracoles expulsan sus sueños,
gusano de seda,
castillo de fosas.

Lágrima cinco

Inventor de mentiras,
embustero demonio trampero del viento,
trepado en el pico de un pájaro de nieve encendida,
quemador de alas de ángel desnudo de astros,
rama y perro,
mordedores de viejos molinos.

Se putrefactan rancios jinetes,
cabalgaduras de hueso colorado,
la mejilla recobra su río de sangre como un eco,
fusil parador de disparos.

Lágrima seis

Alguien ha venido a preguntar por sus ojos,
del tiempo de sus ojos,
tránsito largo en una región de hambre.

Le dijeron:
no despiertes al tigre,
no es bueno despertarlo,
¿qué iba a entender sus pecados de soledad?,
amigo de sombras,
largos cuervos pestilentes.

Lágrima siete

Pomona se apareció con sus árboles rotos y fríos
de vientos desechos en ruinas.

Comedor de raicillas blancas,
aves enfermas,
locomotora manca y vieja pule los rieles.

Le dijo al ángel que dejaba la casa,
anochecía en sus dientes
el recuerdo de otra estación,
hierba transplantada en los intestinos,
manchas de azufre,
hormiga y grillos de arena.

Se llenaron los pies de camino
y sal de música intoxicada;
largas carreteras,
angostas y curvas;
con la vista vuelta hacia atrás.

El tigre seguía en el cerebro,
matador de carne.

París, 1975.

jueves, 15 de mayo de 2008

El pincel de Jorge Rózsa



Pinceladas húngaras en Santa Cruz

Silvia Rózsa

La paleta aún guarda el rastro de sus pinceles y las huellas de los colores que no llegaron a perpetuarse en su último lienzo. La memoria de la partida es fresca, aunque la ausencia es de una década.

Un 13 de abril de 1923 en la cuenca de los Cárpatos, nació Jorge Rózsa Obermayer

de madre austriaca y de padre húngaro-judío.

A pesar de la negativa de sus padres, que creían que estudiar artes plásticas era para vagos, los convenció para poder ingresar en la Escuela de Bellas Artes, de Budapest, Hungría.

Sus primeros contactos con el arte fue el piano que estudió durante 13 años con afán de llegar a ser pianista profesional. Algo más adecuado para el gusto de los padres, de inclinación burguesa.

Antes de finalizar sus estudios obtuvo un tercer premio en Florencia, Italia, en un concurso realizado para jóvenes artistas europeos. Ese mismo año escribió y publicó un libro sobre El Greco. Al culminar la carrera con mención en Proyección Arquitectónica, en1946, obtuvo una beca para estudiar en Paris, Francia en la Ecole de Louvre; se cumplía otro de sus sueños. Allí vivió en un ático del famoso pintor Henri Matisse, conoció a Pablo Picasso y a otros grandes artistas.

En su estilo pictórico podemos admirar su fidelidad a la escuela pictórica húngara del siglo XX en el cual siguió a los pintores Derkovits, Dési-Hüber y Bernath, entre otros. Rózsa manejaba ténicas post impresionista de la Europa de los años 30.

Francia sería el puente para llegar a Bolivia en 1952 con una misión etnográfica francesa para investigar la música de los Andes.

El pintor de colores del este europeo llegó a Santa Cruz con la empresa constructora Bartos desde La Paz. Concretamente a trabajar en la remodelación del Club Social.

La época era propicia para enamorarse de las palmeras y por supuesto de una cruceña, Nelly Flores Arias, o como le decían cariñosamente, “Nena Flores”. Con quien luego se casó y tuvo dos hijos.

Su pasión por el arte y por enseñar lo puso en práctica durante más de dos décadas. Primero en la Escuela de Bellas Artes y luego en la Escuela de Artes Plásticas que creó y donde revolucionó la forma de hacer arte en Santa Cruz de la Sierra.

La enseñanza de este talentoso y peculiar artista marco un hito en Santa Cruz y explayó

el horizonte de aquellos jóvenes artistas como Tito Kuramotto, Marcelo Callaú, Herminio Pedraza, Olga Rivera, y otros, que luego llegarían a ser majestuosos en su creación.

El amor que sintió por Bolivia y por Santa Cruz, en especial, es innegable; el hombre de los andes y de los valles; los paisajes cotidianos y la gente cruceña en sus distintas faenas se adhirieron a sus trazos, a los temas y a los colores de sus obras que encontramos en Bolivia, Chile, Suecia, Hungría, Honduras, Italia y Francia tanto en colecciones privadas como en galerías y museos de arte.

El pincel descansó un 12 de abril de 1997, un día antes de cumplir 75 años, pero hoy la generosidad de su mirada aún acompaña el recuerdo en aquellos que admiran su talento y que valoran el aporte que hiciera al arte de Santa Cruz de la Sierra.